jueves, 14 de enero de 2010

- mirar en juegos desde el principio-



La mirada juguetona que te hizo el italiano te emocionó tanto que no pudiste evitar tirarte a sus brazos y apretujarle con amor. Él te respondió el abrazo, riendo con naturalidad.


Cuando vuestros cuerpos se separaron se escuchó un gruñido de alguna parte. Viste entonces que Romano se había cruzado de brazos y dirigía su cabeza hacia ti. Se quitó las gafas y pudiste ver un ligero ceño fruncido en su facción.


- ¿Acaso prefieres a Feliciano antes que a mí?-dejó escapar, obviamente celoso.


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Sonreíste, supiste que reaccionaría de esa forma y aprovechaste la situación:


- En realidad, le di un abrazo porque supuse que me lo respondería. Pero es que a ti… No sabía si me abrazarías igual…-dejaste caer con una mirada persuasiva y cabeza gacha. Rascaste el suelo con el pie y juntaste tus manos, esperando una respuesta.


- ¡¿Qué?!-te dijo de inmediato. Y con las mejillas coloradas se acercó a ti y te dio un abrazo fuerte de una sacudida que sino fuera porque echaste el pie hacia atrás te hubiera tirado al suelo.


Sonreíste complacida y alzaste tus brazos para amarrar la espalda de Lovino. Sus cabellos estaban tan cerca de tu nariz que no pudiste evitar frotarla un poco contra ellos y olerle mientras cerrabas los ojos. Olía bien, a algo dulce. No te dio tiempo a disfrutarlo cuando el cuerpo del chico se alejó del tuyo con brutalidad.


- Esto… ya está.-sentenció como si hubiera sido suficiente.- ¡Ves, claro qué te abrazo!-farfulló el chico y se mordió el labio con la mirada hacia otro lado.


No pudiste evitar que se te escapara una risilla maliciosa, la cual nadie tuvo en cuenta y agradeciste. Entonces la mano de Feliciano te amarró la muñeca y éste te llevó hacia el sillón. Su mano estaba cálida y era sumamente suave, no había rastro de brutalidad en su tacto, te cogía con delicadeza y ternura.


- ¡ven, vamos! ¡Vamos a sentarnos todos!-decía animado sin dejar de sonreír. Él también se había quitado las gafas.


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Le hiciste caso, ¿Quién no lo haría, con una cara tan dulce? Una vez Feliciano se sentó en el sillón de nuevo, tú hiciste lo mismo, procurando quedar bien cerca de él. Sabías que no te diría nada, o directamente, que no se daría cuenta de tus intenciones. Con la lengua entre los labios botaste un poco para que ambos traseros sentados quedaran bien juntos. Parpadeaste y acercaste tu rostro hasta quedar a cinco centímetros del suyo. Aguantaste no aproximarte del todo, aunque había sido todo un reto que tú misma te habías provocado.


- ¿Vais de mafiosos por algo en especial?-preguntaste con sutileza y picardía.- ¿me tenéis que detener o palpar por si llevo mercancía?-volviste a decir con el mismo tono.-¿Feliciano me tiene que besar, o yo a él?, ¿o qué hay que hacer?


Echaste hacia un lado la cabeza y miraste a Romano sin borrar el mohín de picardía en tu rostro. Él se había sentado en el mismo sillón pero algo lejos de su hermano. En su cara de nuevo había molestia, molestia que tú mismo le estabas creando.


Quizá si seguías así terminabas enojándolo del todo y eso no te convenía en absoluto. Sin embargo, podías continuar con tu plan. Al final…


- Te encogiste de hombros y te dirigiste a Romano: ¡Ey, ¿o eres tú el qué me tiene que besar?!


- Cogiste las muñecas de Feliciano, lo lanzaste hacia ti provocando que cayeseis tumbados en el sofá y le dijiste: ¡Feli, puedes hacer conmigo lo que quieras!


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