lunes, 4 de enero de 2010

Japón - juego, leer desde el principio, no mirar

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No te fue extraño para nada que al entrar vieras una habitación al estilo oriental. Había un kotatsu de mantas marrones en medio, las puertas de allí eran corredizas, y al lado había un futón bien doblado, preparado para que su dueño se fuera a dormir. Soltaste un “ahh” de lo agradable que fue mirar por la ventana y ver los cerezos en flor, con aquellas hojas rosadas cayendo con el viento.


No habías decidido nada mal. Mejor dicho, habías escogido la mejor elección. Allí era como estar en el cielo. Se sentía tanta armonía y paz que notabas tu cuerpo flotar.


Se interrumpió la tranquilidad con unos golpes secos provenientes de la habitación de en frente. Miraste dudosa hacia allí y tras escucharlos durante varios minutos y ver que no había nadie, te acercaste con cuidado.


Que decepcionante sería que Kiku no estuviera allí y se hubiera olvidado de tu cita. Entonces sí que habrías desaprovechado tu oportunidad. Con gesto desolado corriste la puerta de la habitación para ver que era el ruido que había interrumpido aquel bonito silencio.


Si hubieras podido abrir la boca hasta el suelo lo habrías hecho. Parpadeaste varias veces y te frotaste los ojos con los puños para comprobar si lo que veías era cierto. En aquella habitación oscura y sin ventanas estaba Kiku. Y vaya como estaba, con un kimono rojo con estampados dorados deslizándose poco a poco por su cuerpo (pues no se lo sostenía ningún obi), de rodillas cara a la pared, te miraba con la boca amordazada con un pañuelo y con las manos esposadas a unas cadenas incrustadas al muro.


En su mirada había enojo. Supiste enseguida de donde habían venido los golpes de antes, pues Kiku se zarandeó y las cadenas rechinaron por toda la sala. Intentaba decirte algo; supusiste que quería que le quitaras las cadenas.


Te acercaste poco a poco intentando evitar no desmayarte. Sentías que en cualquier momento tu cuerpo iba a desplomarse. Debía ser tu corazón, que no dejaba de palpitar más de lo normal.


Te arrodillaste detrás de él y volteando de nuevo su cabeza hacia ti, pudiste fijarte en el sonrojo de su cara. El movimiento de cabeza produjo que el kimono se deslizara un poco más, haciendo que a partir de la cintura la mitad del kimono cayera finalmente al suelo.


Intentó decirte algo pero era imposible con la boca tapada así. Te quedaste en babia por un tiempo, pasando la mirada de su rostro a donde justo se había deslizado el kimono. Te diste una cachetada y un pellizco en la mejilla para verificar si aquello era un sueño o no. Incluso podías notar como tu cuerpo ardía, o era que en aquella habitación hacia mucho calor.


Kiku volvió a moverse como pudo, pues las cadenas que le sostenían eran muy cortas, para llamarte la atención. Diste un pequeño brinco y parpadeaste, volviendo de nuevo a la tierra.


Algo debías hacer, no podías dejar al pobre japonés allí amarrado como si fuera un esclavo. O quizá sí…


Miraste alrededor intentando buscar la llave que podría salvarlo. No tuviste que buscar mucho, por desgracia. La llave estaba justo a su lado. La cogiste con un mohín de tristeza, pensando que el juego había terminado demasiado pronto. Kiku se quedó con la mirada fija en la llave, suplicando con el gesto que le dieras por fin su uso.


Con bastante tranquilidad, para así cerciorarte de cada paso que dabas, te aclaraste la garganta posando un puño en tus labios y decidiste…


- Utilizar la llave para salvarle. No podrías soportar verle mucho tiempo más así. Él no te había hecho nada, el pobre. Además, Kiku luego no te lo perdonaría y si le salvabas, en fin de cuentas, estaría en deuda contigo.


- Arrojar la llave a una esquina y decir con claridad: “No, me parece que te vas a tener ganar esa llave de alguna manera”.


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